Los detalles lo son todo. Son capaces de cambiar por
completo tu día. Tanto para bien como para mal.
Shining in the dark |
Llegar una madrugada a casa, abrir el buzón (sí, una hora y un
estado muy adecuados para revisar el correo), y verte una felicitación de
España. Y alegrarte y, a la vez, sentir nostalgia. Y, nuevamente, no es por la
carta. O, al menos, no sólo por ella.
Abrir la puerta del piso compartido tras un día insoportable
de clases y ver que tus compis están poniendo decoración navideña en tu salón.
Bendita ilusión infantil. No eres superfan de la navidad, pero estás que das
saltos. Y es que tener un auténtico árbol de navidad en tu terraza como en las
películas ilusiona bastante.
Un precioso mercado navideño en el centro, con sus lucecitas
y puestecillos. Y Glühwein (vino caliente con especias, que, al principio, sabe
raro, pero tiene su punto) y dulces, muchos dulces. Y un intento de nieve.
Iluminamos las calles, por si a nuestras vidas se les pega algo de esa luz |
Planes improvisados. Tinto de verano en casetillas de
Hauptbahnhof. Combinaciones absurdas de
tranvías. Anuncio de la visita de una buena amiga.
La vida son detalles. Tus recuerdos son pinceladas que conforman momentos fugaces. Palabras inconexas que te transportan a vivencias.
Porque los detalles importan, intentemos, por favor, ser un
poquito más detallistas.
P.D: Volviendo a los detalles no tan detalles. En menos de una
semana, regresas, como el turrón, a casa por Navidad. ¿Vuelta a la realidad? No
tienes muy claro cómo te hace sentir eso.
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