En
esta vida existen pequeños detalles que hacen cambiar mucho las cosas. Por
absurdo que parezca, ver tu nombre en el buzón (reemplazando a ese tachón sobre
el nombre del anterior inquilino y ese garabato apresurado que tuviste que
hacer el primer día) o recibir tu carnet de la universidad, adquieren un gran
significado. Por fin empiezas a encontrarte en tu sitio. Y, para qué negarlo,
tener finalmente Internet también ayuda.
El Titisee desde un barco, menos nubes en el cielo y la cabeza |
Vivir
apartada del centro y en el lado opuesto a la Stusie (residencia por excelencia
de los Erasmus y centro de gran parte de las fiestas) sigue siendo cuanto menos
“interesante”. Siempre tengo una buena historia que contar sobre huelgas de
trenes y combinaciones absurdas de tranvías y buses. A no ser que cuente con un
alma caritativa que me lleve, tardo más tiempo en llegar a los sitios del que a
veces llego a pasar en ellos.
Al menos mi bus nocturno se llama “Júpiter”, lo que no deja de ser poético.
Pero
tranquilos, no todo es tan terrible en Littenweiler (así se llama mi
maravilloso barrio del que muchos dudan su pertenencia a Friburgo). Las vistas
son preciosas y mi residencia tiene un bar bastante animado y barato. De hecho
anteayer fue la fiesta de bienvenida allí y estuvo realmente bien. Aunque
empezó de una manera un tanto peculiar.
Como
siempre, llegué tarde (la siesta me reclamaba) y, al entrar al salón de actos,
veo que tienen preparados una especie de juegos para los “ersties” (los
novatos). Y ahí que entro yo con toda mi cara de asco. La perspectiva de
pasarme las siguientes dos horas atadita de las muñecas con seis desconocidos
dando vueltecitas por la resi no era demasiado alentadora y, además, soy
bastante contraria a ese tipo de historias.
El
jueguecito era de ir por los sitios contestando preguntas y ganando puntos y el
primer sitio al que nos toca ir no es otro que la capilla. Power Point
promocionando sus actividades y una de las preguntas consistente en no sé qué
canción religiosa (en alemán, natürlich). Mi cara de susto al oír a esas
criaturillas cantando un himno en alemán no tenía precio.
Die Sonne scheint |
Por
suerte la siguiente parada era el bar, y los chupitos gratis y preguntas sobre
la ingesta media de alcohol de los alemanes pintaban bastante mejor. Te
empiezas a reír del surrealismo que te rodea y al final le medio empiezas a dar
una oportunidad a esto. Y empiezas a conocer a gente muy simpática y alguna de
ellas incluso hablan español porque hicieron un año de voluntariado en
Sudamérica (algo muy común en Alemania, donde cuando los alumnos terminan el
instituto suelen dedicar un año a hacer algo por la comunidad, a conocer mundo
y a conocerse mejor ellos mismos; o al menos tienen la oportunidad de hacerlo
sin que les tilden de vagos o inconscientes)
A ver qué tal sigue todo esto.
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