Mi dormitorio, en un afán por parecerse a mi cabeza, es un auténtico caos.

Tampoco faltan un par de libros y manuales con nombres tan bonitos y sugerentes como "Bürgerliches Gesetzbuch" o "Zivilprozess-ordnung" (lo sé, os acabáis de enamorar del idioma alemán), porque, aunque muchos no me crean, también pienso/pretendo estudiar algo en estos meses (de propósitos también se vive, ¿no?).
Así que, después de meses de papeleo interminable, problemas de alojamiento y desesperadas (y no precisamente gratuitas) llamadas a Alemania, por fin ha llegado el día (o casi).
Por delante quedan unas cuantas horas de avión, otras tantas entre buses y trenes y bastantes caos fronterizos hasta llegar a casa de una amiga alemana a la que sorprendí anteayer con la noticia de que le toca acogerme los primeros días en su idílico pueblo. Al menos hasta que a mi muy querida residencia le dé la gana de dejar que me instale allí.
¿Por qué ir del tirón y justo a tiempo para la "Welcome Week" a una residencia para Erasmus en todo el centro de Friburgo pudiendo....?:
- volar a Suiza
- hacerme 250 kilómetros en tren (mejor dicho en varios trenes, parando en pueblos y ciudades suizas y alemanas de nombre impronunciable)
- conocer Mannheim y Speyer (que por lo poco que he visto parecen lugares preciosos)
- reencontrarme con una amiga (una alemana de abuelos andaluces a la que conocí en Francia y que es una persona encantadora)
- ir a una residencia a media hora de la universidad y perdida en medio del bosque (se avecinan mañanas de estrés), en la que me temo no va a haber ni un sólo Erasmus y, además, católica (aún no tengo demasiado claro lo que me voy a encontrar al llegar...)
Resumiendo, toda una invitación al surrealismo y la mejor medicina para un año que ha sido complicado.
Empieza la aventura...
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